9. Marcus busca a Linda

(Narrador: Marcus)




Me angustia lo que estoy a punto de hacer. Puede ser el gran error de mi vida, que me costará mi reputación y hasta mi negocio, pero algo me dice que es lo que debo hacer. Por otro lado, mis deseos son muy confusos. Sería una ignominia que solo me motivara a ir en su búsqueda la satisfacción de mis deseos, reprimidos tal vez por un exceso de honestidad. Debe de haber algo más, pero no estoy capacitado en estos momentos para pensar con lucidez. Sé que me estoy dejando llevar por la imaginación y por la intuición, pero no por la razón. La imaginación me muestra un paraíso de sensualidad sin límites, la intuición me está gritando que Linda es un diamante en bruto, solo necesita alguien que lo quiera pulir. ¿Quién mejor pulidor que el hijo de un joyero?

Todavía dudo de si debo marcar este número de teléfono. En la vida se plantean dilemas para los que no sirve la razón, porque no son razonables. Siempre he sido un conservador, aunque moderado. He condenado la prostitución, la homosexualidad y cualquier comportamiento inmoral. Me educaron con versículos de la Biblia en el seno de una familia protestante, aunque hubiera preferido en la religión Católica, porque es, en todos los sentidos, superior a la protestante. Es más emotiva, más visual, infinitamente más imaginativa que la iconoclasta protestante. ¿Cómo se puede sentir la emoción del bien y del mal sin unas imágenes sugerentes? Los católicos nos dejaron las mejores obras de la pintura; las más inspiradas obras de la literatura; las más armoniosas sinfonías. Los protestantes solo nos han aportado ideas, conceptos, filosofía, pero apenas arte. ¡Y ahora me dispongo a arrojar por la ventana mis sólidos principios morales yendo en busca de una prostituta!

Es totalmente inútil que busque en algún rincón de mi mente un argumento que me impida dar este paso, porque sin haber dado mi aprobación ya estoy marcando el número de teléfono... Me responde una voz desconocida. Parece la de una mujer mayor, es ronca y desagradable. Tal vez sea su madre.

—Caballero, Linda está ocupada en estos momentos... La tendrá disponible dentro de una hora ¿Quiere que le dé algún recado de su parte? ¿Le reservo alguna hora?

He llamado a un prostíbulo, ¡y Linda esta trabajando! Debe estar muy solicitada, ¡y yo pretendo apartarla de un negocio tan lucrativo! He debido perder el juicio... pero sigo adelante.

—Sí, dígale que su salvador le ha llamado...

—¿Su salvador, dice usted?

—Sí, ella lo entenderá.

—Si usted lo dice, así se lo diré.

Le dejo mi número de teléfono y cuelgo con la sensación de vértigo, como si estuviera al borde de un precipicio, pero rechazo enérgicamente la voz de mi conciencia. No sé en qué puedo ocupar mi mente a la espera de su llamada para acallar estos pensamientos. Ahora recuerdo que Linda olvidó su libro «Un mundo feliz«, puede que su lectura me distraiga. Pero es inútil, no puedo concentrarme en lo que leo, porque la imagen de Linda acostándose con su numerosos clientes me nubla la mente. Pero este párrafo de esta inquietante novela puede ser la respuesta realista a mis dudas morales: «Éste es el secreto de la felicidad y la virtud: amar lo que uno tiene que hacer. Todo condicionamiento tiende a esto: a lograr que la gente ame su inevitable destino social.« ¿Es mi destino social amar a una prostituta?

Por fin suena el teléfono. Aún estoy a tiempo de no descolgarlo, pero una vez más es inútil que me niegue a lo que parece ser mi destino. Es la voz de Linda, ha tardado menos de lo previsto con su último cliente, porque no ha transcurrido ni media hora desde mi llamada.

—¡Que sorpresa, la verdad es que no esperaba su llamada! ¡Estaba tan enfadado..! —noto en el tono de su voz que se alegra por mi inesperada llamada. Tal vez Aura lleve razón.

—¿Entonces te alegras de mi llamada?

—Usted siempre tan contradictorio. ¿Si no me alegrara, cree que le hubiera devuelto la llamada?

—Disculpa, y usted tan directa y sincera! ¿Qué tal si nos tuteamos?

—Como tú quieras, pero no sé ni cómo te llamas.

—Marcus.

—Y bien, Marcus, ¿cuál es la razón de tu llamada?

No estoy seguro de tener una respuesta, porque estoy hablando con una prostituta, con la que solo se espera hablar de sexo y permanezco en un tenso silencio sin saber que contestar. Ella parece haber interpretado la causa.

—Tal vez te apetezca acostarte conmigo y no te atreves a confesarlo. ¿Es eso, Marcus?

Tengo que reaccionar y ser sincero, ¡se han terminado las represiones, las vergüenzas y el falso pudor. Con Linda tengo que decir lo que pienso, aunque me cueste expresarlo:

—Sí, esa es una razón, pero además tengo otras.

—¿Como cuáles?

—¡Como tú me sugeriste, quiero que seamos amigos!

—¿Tú, mi amigo? ¿Estás hablando en serio?

—¿Qué hay de extraño?

—¡Y qué será de tu reputación, porque soy una prostituta!

—¡Eso ya lo sé...!

—¿Qué te ha hecho cambiar? En tu casa parecías muy enfadado. Me echaste a empujones.

—Creo que no merecías ese trato y quiero disculparme. ¿Podemos vernos y encontrarnos en algún sitio?

—Te prometí que si tú lo querías sería tu amiga prostituta, y cumpliré mi promesa.

—Entonces ¿nos podemos encontrar mañana domingo para desayunar juntos en el Café Central?

—¡Pero has perdido el juicio! ¿Te atreves a presentarte conmigo donde todos te conocen? ¡O eres un santo o estás loco, pero acepto!

—Tú misma me censuraste que yo era un hipócrita, y llevabas razón. Ahora quiero demostrarme a mí mismo que no lo soy.

—¡Nunca entenderé a los hombres, pero allí estaré!

Cuelgo el teléfono consciente de haber hecho lo que debía, pero, al mismo tiempo, sé que provocaré un gran escándalo en el barrio. En el fondo todos somos unos hipócritas, pero es gracias a esa hipocresía que convivimos en paz y armonía. La sinceridad es peligrosa, porque nadie puede asegurar que su conducta es la correcta ni que es poseedor de la verdad. Las personas que consideramos honestas tienen los mismos defectos que las que no lo son, pero gracias a la hipocresía los ocultan. ¡La buena convivencia se basa en la hipocresía! Yo no soy una excepción y he vivido los últimos años como un perfecto hipócrita. Ya va siendo hora de obrar correctamente.

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