2. El Café Central



El barrio tiene una acogedora plaza con dos milenarios y robustos nogales, y media docena de tilos jóvenes, que plantamos después de la guerra.

La plaza es un amplio espacio que tiene a cada uno de sus extremos las dos iglesias, pero el lugar más concurrido es sin duda el gran Café Central, donde casi a diario solemos acudir al finalizar la jornada de nuestros tediosos trabajos.

El noble edificio donde está ubicado no sufrió milagrosamente daños de importancia durante la guerra y conserva su decoración original, al estilo de los grandes cafés del siglo pasado, para martirio de los camareros, que terminan agotados por las grandes distancias que tienen que recorrer.

Es una gran sala, con innumerables mesas, y asientos corridos adosados a las paredes, tapizados de cuero descolorido y desgastado por tantos años de uso. Unos grandes espejos dan la sensación de ser todavía más grande, que combinan con frescos de un corrupto Art-déco, tan popular en los años en que fue decorado.

A pesar del nombre, influenciado sin duda por los grandes cafés franceses de la época, la bebida más habitual no es el café, sino la cerveza.

Este nostálgico café ha sido el testigo silencioso de todos los grandes sucesos del barrio que marcaron nuestras vidas. En ese acogedor espacio compartimos nuestros, deseos, ideas o fantasías con nuestros entrañables amigos. Si en algún momento tenemos nostalgia del pasado, solo necesitamos volver al café Central para retroceder en el tiempo y revivir los años de dorada juventud.

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