15. La detención




(Narrador: Jacinto, policía del barrio)

No puedo creer que ese usurero de Romano se haya vuelto un honrado ciudadano, porque ha sido él quien ha alertado a la policía de la presencia en este café de esa mujer, que por lo que veo es la nueva amiga de Marcus. Según testimonios, es una traficante de drogas. Desde luego que su aspecto es el de una prostituta, pero no puedo creer que Marcus tenga algo que ver con drogas, como lo probó en la otra detención. Pero hay contra ella una orden de busca y captura y no tengo otra opción que cumplir con la ley.

Yo siempre quise ser policía para hacer respetar la ley, pero los años de experiencia en este oficio me han enseñado que las leyes no reforman a las personas, sino que son las personas quienes reforman las leyes. Las leyes deben servir para proteger la integridad de las personas honradas y no de los maleantes, y no me cabe la menor duda de que Marcus es una persona honrada, pero la ley protege al delincuente de Romano. Tal vez me esté faltando lo que es imprescindible en un policía: la confianza absoluta en la acción de la justicia. Puede que ya no sirva para este trabajo y haya llegado la hora de mi retiro. Tengo la penosa misión de llevarme a los dos detenidos, a la mujer por ser una supuesta traficante de drogas y a Marcus por ser su encubridor y obstrucción a la acción de la justicia. Hoy no me siento, ni mucho menos, orgulloso de mi profesión. Al menos esperaré a que finalice la trasmisión de este concurso, ¡no quiero amargarles la velada!

Pero todos se han dado cuenta de mi presencia y deben sospechar que esté relacionada con esa mujer. Adela ha debido hacer correr el rumor de que a la compañera de Marcus la busca la policía, que ya asocian con mi presencia. El mismo Marcus me ha dirigido una interrogante mirada, porque debe presentir el motivo de mi presencia. Me gustaría tranquilizarle y darle a entender que soy uno más que esta aquí para ver a Rodolfito, pero desgraciadamente tengo que mostrarme impasible. Sé que Marcus ha interpretado mi actitud y debe temer por su amiga. Es posible que le haya llegado el rumor también a él.

Rodolfito ha finalizado su intervención y el café es un clamor de vivas y aplausos. Algunos incluso se han puesto pie entusiasmados por su brillante actuación. Al menos se han olvidado de nuestra presencia. Ahora aparece un plano de sus emocionados padres. Ignacia no puede contener el llanto. También el público del estudio aplaude entusiasmado. A juzgar por lo prolongado de los aplausos, Rodolfito parece que es el ganador. Rodolfito es ya un profesional, y ha repetido una y otra vez gestos de agradecimiento al público, que sigue aplaudiendo.

¡Sorpresa! La pequeña Luisa sube al escenario para hacerle entrega de un enorme ramo de flores, regalo de Margarita, y le premia, además, con un infantil beso en la mejilla. Si las imágenes fueran en color seguramente que veríamos el sonrojo del sorprendido Rodolfito. Luisa parece entusiasmada y al volver se abraza a su madre, como si sentiera avergonzada. ¡Espero que algún día sea un buen padre para ella!

Mis colegas de narcóticos me están presionando para que haga las detenciones, y lo más humillante es que debo esposarlos, porque ambos delitos se consideran graves. ¿Cómo voy a tener el valor de esposar a un amigo? ¿Cómo podría probar su inocencia? ¿Quién ha podido testificar contra una mujer que merece ser la compañera de un hombre honrado como Marcus? ¿Tal vez sea una prostituta, pero también ellas son seres humanos y merecen nuestro respeto y la presunción de inocencia! La ley no se fija en la forma de vestir ni en la profesión.

Parece que el delator también se impacienta. Romano y su abogado se han acercado a nosotros y puedo leer en su crispada expresión, su insano deseo de que procedamos a las detenciones.

—Jacinto, ¿a qué estás esperando para detenerlos, a que huyan?

Me gustaría tener un motivo para arrestarle a él, que es quien lo merece.

—¡Romano, no te inmiscuyas en mi trabajo o el detenido puedes ser tú!

Mi respuesta le ha enfurecido.

—¿Es así como se debe tratar a un ciudadano honrado? ¿Es así como me agradeces que te esté dando de comer con mis impuestos?

En la academia de policía nos enseñaron a ser pacientes y tolerantes, pero este hombre me saca de quicio, ¡no sé si podré contenerme!

—Los detendré cuando lo crea conveniente. ¡Una palabra más y te acusaré de desacato a la autoridad!

Gracias a Dios que su abogado ha intervenido, porque he estado a punto de perder los nervios y arrestarle también a él.

—Cálmate, Romano, Jacinto sabe cuál es su deber, y no tienen ninguna posibilidad de escapar.

No sé cómo reaccionarán los vecinos cuando les detenga. Espero que no se produzca el mismo tumulto del último arresto. Por primera vez estoy convencido de la inocencia de quien tengo que arrestar, pero tengo que cumplir con mi obligación. Todavía permanecen sentados porque no se deben sentir culpables de ningún delito. Arresto a la mujer.

—Póngase en pie, está arrestada...Tiene derecho a permanecer en silencio. Todo lo que diga será usado en su contra ante una corte de justicia. Tiene derecho a un abogado. Supongo que me ha entendido...

La pobre mujer me mira horrorizada y es incapaz de reaccionar. Le pongo las esposas y no ofrece resistencia, porque parece aturdida, incapaz de entender cuál puede ser su delito.

—Jacinto, ¿qué estás haciendo? ¿Qué delito ha cometido? ¿Por qué la arrestas?

—¡Lo siento Marcus, pero también tengo que arrestarte a ti, ya has escuchado cuáles son tus derechos! ¡Tengo que esposarte!

Le pongo las esposas sin que tampoco ofrezca resistencia. En el café se ha armado un gran revuelo. Escucho algunos silbidos, pero no parece que nadie salga en su defensa. Solo Guido se atreve a intervenir.

—¡Jacinto, esto es un atropello! ¿Y ahora de qué les acusas?

—Guido no hagamos las cosas más penosas de lo que ya son. ¡Tengo una orden de búsqueda y captura contra esta mujer por tráfico de drogas!

—¿Y a Marcus, de qué se le acusa?

—¡De cómplice y obstrucción de la acción de la justicia!

—¡Pero tú sabes que eso no es verdad; que son inocentes!

—¡Sí, lo sé; pero la ley es la ley y tengo que cumplirla!

La mujer no puede soportar la tensión y rompe a llorar. Marcus trata de consolarla.

—No llores, Linda, somos inocentes y todo se aclarará.

—¡Eso espero, Marcus! —le contesto yo.

Ya estábamos en la puerta del café cuando Jonás se ha levantado y visiblemente emocionado, me grita:

—No, Jacinto, ellos no son culpables, ¡El culpable soy yo!

María trata de defender a su padre, y no puede evitar también el llanto.

—¡Papá, tu no eres culpable; los culpables son ellos!

—No, María, yo soy el único culpable; yo acusé a esa mujer en falso y merezco un castigo.

La situación se ha vuelto muy confusa, pero quiero saber quiénes son los culpables que sugiere María.

—¿María, quiénes son «ellos«?

Inesperadamente aparece en la puerta del café Serafín, el párroco de la iglesia católica, y me da él la respuesta:

—¡Romano y su abogado! ¡Ellos chantajearon con desahuciar al pobre Jonás para obligarle a testificar en falso contra esa mujer, que es inocente!

Romano se ha vuelto lívido de ira, y responde a la acusación del párroco.

—¡Miente! ¡No tiene pruebas contra mí, porque lo que dice es secreto de confesión!

—No. Román, ya no soy un párroco; ahora soy un seglar, como tú y los demás. He renunciado al sacerdocio y estoy excomulgado. Pero Dios no puede consentir esta monstruosa injusticia. ¡Sé que me perdonará! Declararé ante un juez y espero que seas tú el que vaya a prisión, ¡en compañía de tu malvado hijo!

Romano se revuelve furioso y hace ademán de agredir a Serafín, pero yo le detengo. Le quito las esposas a Marcus y se las pongo a él, que se revuelve como una fiera herida. ¡Ahora soy el policía más feliz de la Tierra! Todos los vecinos aplauden el arresto. Le quito también las esposas a la mujer y se las pongo al abogado de Romano, que no ofrece resistencia, porque lo sujetan los dos policías que me acompañan. Marcus abraza a su amiga, que se deshace en llanto, ¡pero ahora de alegría! Lo mismo hace Jonás con su hija. ¡No son las leyes, sino las personas honradas, las que imparten la verdadera justicia!

Sumario