5. La separación

(Narradora: Julia)






He pasado momentos muy angustiosos. ¡No podía creer que Marcus estuviera envuelto en un delito de drogas! Pero ¿qué hacía una prostituta en su apartamento? Nunca se ha mostrado un hombre tan fogoso como para recurrir a una mujer de la calle y, además, drogadicta, al menos conmigo no lo aparenta. Tal vez, como casi todos los hombres, tenga una doble vida que me ocultaba.

Desde luego yo no tengo ningún derecho a juzgar su comportamiento, sólo somos amigos, ¡ni siquiera amantes! Pero nunca se ha insinuado... tal vez yo no tenga ningún atractivo para él. Esa fulana debe ser más atractiva que yo, y, sobre todo, más descarada. Después de este desagradable suceso creo que debemos aclarar las cosas y saber si nuestra relación de amistad prevalecerá sobre la sexual, que debía tener con esa mujer. Pero, ¿cómo saberlo? Él invitó a esa prostituta a su apartamento. ¡Nuestra relación tiene que terminar! No es por celos, es por sentido común. No puede tener una amiga por el día y una amante distinta por la noche.

Yo también le he apoyado y creo que es inocente, por eso estoy aquí, pero es imposible mantener una relación de amistad con alguien que mientras te acompaña a beber una cerveza y pasea a tu lado, piensa cómo pasará la noche con su amante prostituta. ¡Sería el hazmerreír del barrio! Soy una funcionaria con una gran responsabilidad, y cuidar mi imagen es fundamental. ¿Cómo podría hacer bien mi trabajo escuchando los murmullos de mis lectores con las andanzas eróticas nocturnas de mi amigo? No, siento una gran tristeza y desconsuelo, ¡pero esta relación debe terminar!

Se acerca a mí después de librarse de las muestras de afecto de los que le hemos apoyado. No sospecha mi decisión de poner fin a nuestra relación.

—Gracias por venir tú también, Julia, todavía estoy conmocionado por esta impresionante muestra de afecto y solidaridad. Pero ahora necesito urgentemente una cerveza bien fría. Vamos al Café Central. Supongo que también tú estarás cansada, lo veo en tu expresión. Te noto como ausente... ¿Te sucede algo?

Guido se ha unido a nosotros y no puedo responderle ahora. Esperaré a que volvamos a estar solos. Acepto acompañarle a tomar su cerveza, pero no siento que me acompaña la misma persona de hace solo 24 horas. No es el amigo con quién charlar y pasar un rato agradable, sino el amante de una prostituta.

—Ha sido impresionante como ha reaccionado el barrio —comenta Guido rebosante de satisfacción, porque en cierta manera él ha sido el líder de esta rebelión.

Adela se acerca a nosotros mostrándose arrepentida, y se dirige a Marcus:

—Marcus, no pienses que yo quería perjudicarte. Nos conocemos desde que éramos niños, y sé que eres una persona honrada, pero mi hijo hizo lo que debía hacer. Él contó lo que había visto, nada más, y era su obligación decírselo a la policía. La verdad es que ni yo misma me lo creía. «¿El honrado Marcus metido en asuntos de drogas? ¡Imposible!» Eso les dije yo a los que trajeron la noticia a la panadería.

—Olvídalo, Adela, y dile a tu hijo que no le guardo rencor...

—¡Díselo tú mismo, que también ha venido a apoyarte!

El hijo de Adela, Lucio, no le sienta bien el nombre, porque no es precisamente un superdotado. Sin duda que ha debido heredar la simpleza de la madre, porque el padre es un gran aficionado a la filosofía, aunque de Platón o Aristóteles solo sabe que eran griegos. Su filosofía la concibe horneando el pan, por eso es tan calurosa, pero nada razonable.

Se acerca a nosotros con la cabeza baja y titubeando. Marcus le levanta el ánimo.

—Lucio, no tienes por qué sentirte culpable, solo has hecho lo que debe hacer un ciudadano responsable.

—Pero le he metido en un buen lío...

—¡Bien está lo que bien acaba! Olvida lo que ha sucedido. Yo sigo siendo tu amigo.

Marcus le da unas palmadas amistosas en el hombro que le reconforta y se reúne con la madre, que se ha unido con un grupo de sus clientas, y supongo que deben estar intercambiando nuevos chismes.

En el Café Central el ambiente debe estar muy cargado, porque Raulín tiene también sus partidarios, y la noticia de la liberación de Marcus no habrá caído nada bien. Por supuesto que el padre debe estar indignado, pero nos dicen que no está en el café, porque está tratando el caso de su hijo con el bufete de los abogados más prestigiosos de la ciudad. Creo que no es prudente entrar hoy en el local, hay otros lugares donde podemos beber la cerveza con más tranquilidad.

—¡Yo no entro aquí, Marcus, el ambiente está muy cargado; vámonos a otro sitio! —le sugiero porque estoy realmente asustada.

—No estés preocupada, sus amigos no se atreverán a empeorar más las cosas de lo que ya están para Raulín. De todas formas unos meses entre rejas tal vez le hagan recapacitar sobre las consecuencias de su mal comportamiento. Creo que estaba necesitando algo así.

El local está prácticamente vacío. Solo hay un pequeño grupo de jóvenes, que deben ser colegas de Raulín. Al vernos entrar, reaccionan y murmuran algo entre ellos. No nos miran muy amistosamente. Nos sentamos en nuestra mesa habitual, pero no acude ningún camarero a servirnos.

—¡Vámonos de aquí, Marcus, nadie vendrá a servirnos!

Uno de los jóvenes del grupo se acerca a nosotros, y nos dice con un tono desafiante:

—El café va a cerrar, ya no se sirven bebidas.

—Solo son la siete de la tarde, ¿por qué cierran hoy tan temprano? ¡Y no creo que seáis vosotros los que podéis decidir cuándo debe cerrar el café!

—Será mejor que se vayan —insiste, cada vez más desafiante.

—¿Por qué razón debemos de irnos? ¿Quién lo manda? —insiste Marcus sin atemorizarse, pero yo sí estoy intranquila.

—¡Lo mando yo! —y da un fuerte puñetazo sobre la mesa. Los otros jóvenes están pendientes de lo que está pasando, supongo que esperando intervenir si fuera necesario.

—¿Y quién eres tú? —contesta Marcus también en todo desafiante.

—¡Yo soy quien manda aquí en estos momentos! ¿Necesita más explicaciones? —y vuelve su mirada hacia el grupo de jóvenes, que parecen entender el gesto.

Afortunadamente en este momento entra Jacinto en el café, porque ha debido ser avisado por alguno de los que nos acompañaron.

—¿Qué está pasando aquí? ¿Qué son esos golpes?

—No pasa nada, Jacinto, solo que este joven se disponía a servirnos unas cervezas, porque el camarero se ha ausentado, pero antes ha querido limpiar nuestra mesa con algo más de energía de la necesaria.

El agresivo joven hace un gesto de fastidio, pero no se atreve a desmentirle. El camarero se adelanta y pregunta asustado.

—¡Disculpen señores! ¿Cervezas, como siempre?

El pobre muchacho debía haber sido intimidado por los jóvenes para que no nos sirviera.

—¡Ah, ya ha vuelto el camarero! —comenta Marcus en tono sarcástico.

El joven violento se reúne con los otros y murmuran algo entre ellos. No nos dejarán beber tranquilos nuestras cervezas.

No permanecemos mucho tiempo en el café. Cuando salimos nos cruzamos en la puerta con Romano. Al ver a Marcus su indignación le hace exclamar una amenaza sin preocuparse por las consecuencias.

—¡Si mi hijo va la cárcel por culpa suya, usted lo pagará muy caro!

—¿Me está amenazando? —le contesta Marcus sin perder la calma.

—No he dicho tal cosa, pero se arrepentirá de haber metido a mi hijo en las drogas. A mí no me engaña. ¡Usted y esa fulana han perdido a mi hijo!

—¡Su hijo miente y merece ser castigado. Las pruebas en su contra son abrumadoras. ¡No tiene una buena reputación, todo el barrio testificaría en su contra, porque a todos les ha hecho algún daño! —replica Marcus seguro de su censura.

—El barrio también pagará por esto. He sido demasiado generoso. ¡Ahora van a comprobar cuál es el precio por defender un traficante de drogas y condenar a un joven inocente!

Romano parece estar tramando su venganza, no solo contra Marcus sino también contra el barrio y, por desgracia, puede hacer mucho daño, porque es el propietario de numerosas viviendas y pequeños comercios.

—Me temo que si este usurero planea vengarse, a partir de ahora la vida en el barrio será muy complicada —comento con Marcus, convencida de que se avecinan graves sucesos.

Guido se ha despedido de nosotros y, por fin, estamos solos. Es el momento apropiado para hablar del estado de nuestras relaciones.

—Marcus, hay algo que deseo comentarte, pero no sé por dónde empezar...

—¿Tan grave es lo que tienes que decirme?

—Es sobre nuestra relación.

—¿Qué sucede con nuestra relación?

—Que no es muy interesante y creo que tú piensas igual que yo. Si has tenido que recurrir a los servicios de una prostituta, es porque necesitas algo más que una amiga que te acompañe a tomar unas cervezas al Café Central.

—¿También tú crees que yo invité a esa mujer a mi apartamento?

—Es difícil de creer tu versión de lo que sucedió.

—Entonces, ¿no crees en mi inocencia?

—Creo que tú no eres un traficante de drogas, pero sí creo que conmigo tratas de aparentar un hombre que no necesita mantener relaciones sexuales con una mujer, lo que creo que no es cierto.

—Julia, me sorprende que te hayas formado esa opinión sobre mí, pero tal vez lleves razón. Yo no invité a esa mujer, pero yo ayudé a mi médico a desnudarla y sentí deseos de poseerla, y tal vez lo hubiera hecho de no haber sido por el estado en que se encontraba.

—Entonces ¡no me he equivocado!

—No; no te has equivocado. ¿Era eso lo que querías saber?

—Marcus, tenemos que terminar esta relación, ahora no podré estar segura de que no vayas en busca de esa mujer..

—Lo he pensado algunas veces. Sí, tal vez sea lo mejor.

—¿Qué te atrae de ella, si lo puedo saber?

—Su sinceridad y su sensualidad natural.

—Sé que no debería hacerte esta pregunta, porque no serás sincero en tu respuesta, pero me gustaría saber por qué no me encuentras atractiva. Nunca me has insinuado que me deseabas. Hasta llegué a pensar que no te atraían las mujeres. ¡No soy tan fea, aunque ya no sea una jovencita!

—Julia, eres una mujer inteligente, buena compañera y, desde luego, que no eres fea, pero para mí te falta algo esencial: ¡comportarte como una mujer!

—¿Qué quieres decir con «comportarte como una mujer»?

—Si la naturaleza ha creado dos sexos es para que cada uno tenga una diferente función. Los hombres no tenemos como naturaleza nada en común con las mujeres, y es precisamente de esas diferencias de donde surge la atracción. Nos atraen las diferencias, no las similitudes. Si un hombre y una mujer comparten las mismas ideas y los mismos gustos no hay razón para la atracción, solo para la amistad. Dos polos distintos se atraen. Hasta la física se puede aplicar este principio.

—Y esa mujer no comparte nada contigo...

—¡Así es, por eso me atrae!

—Pero en ese caso, no es posible la amistad entre un hombre y una mujer.

—Como hombre y mujer es imposible la amistad, pero sí pueden ser amigos como personas. Pero son los hombres y las mujeres los que hacen el amor, no las personas.

—¡Comprendo... Me consideras una persona, pero no una mujer!

—¡Puede que sea así!

—Yo creía que los hombres buscabais un alma gemela.

—Sí, pero del sexo opuesto

—Te agradezco tu sinceridad, pero me duele tu opinión sobre mí. Yo creía que valorabas precisamente lo que tenemos en común. ¿Cómo se puede vivir con alguien con quién solo puedes hablar de sexualidad, y no puedes considerarla tu amiga? ¡No lo entiendo!

—Míralo de esta otra forma: ¿Cómo vivir con una persona que solo habla de libros y no puedes considerarla una mujer?

—¡Quieres decir que esa soy yo!

—Me has preguntado y esta es mi respuesta.

—¿Y por qué no me lo habías dicho antes? ¡Me siento engañada y humillada!

—Tampoco tú me lo habías preguntado antes.

—¿Ha sido esa mujer la que te ha hecho cambiar?

—Me ha permitido verlo todo más claro.

—Entonces, adiós, Marcus, no es necesario que me acompañes. Han sido unos meses gratos que te agradezco... No; no me verás llorar, pero todos los finales duelen. ¡Que seas muy feliz con tu prostituta!

No lloro por el fin de nuestra relación, sino por la dureza de sus opiniones sobre mí. Pero nunca es tarde para aprender una dolorosa lección. Tal vez lleve razón en que entre un hombre y una mujer no sea posible la amistad si no hay también una relación sexual. Puede que sea cierto que es el sexo lo que une a los hombres y a las mujeres y no las charlas de café y los paseos por el parque en una tarde primaveral. He sido muy ingenua y creo que me está bien empleado este fracaso. ¡Nunca se acaba de aprender a vivir!

Sumario