13. La presentación de Linda

(Narrador: Marcus)






He dudado hasta el último momento de acudir en compañía de Linda al Café Central la noche de la actuación de Rodolfito. Debe estar la mitad del barrio allí, porque todos queremos escuchar su actuación. Por otro lado, esta puede ser la mejor oportunidad para que el barrio conozca a mi nueva acompañante. Pero Linda es una mujer imprevisible. No sé si tendré valor de entrar si viniera vestida provocativa. Hemos quedado en el mismo lugar de la otra vez, pero ahora soy yo el que me he anticipado. Tal como suponía, ya están en el café todos mis amigos y conocidos, incluida Laura.

Como me temía ¡Linda viste con su ropa de trabajo! Viste una falda roja tan ajustada que apenas puede caminar, y muy por encima de las rodillas. Pero si la angosta falda ya se lo pone difícil, lleva unos botines blancos con un exagerado tacón. ¡No sé cómo puede mantener el equilibrio! Aunque lleva puesta una chaqueta de cuero negra, sospecho que lo que lleva debajo no debe cubrirle mucho de su cuerpo. ¡Es el fin de mi buena reputación, pero no puedo dar marcha atrás, porque yo me lo he buscado!

—Hola, Marcus, no te sorprendas. ¡He decidido darte la oportunidad de probar hasta dónde llega tu interés por mí! ¡Esta noche puedes ser mi héroe, tal como tú lo has soñado!

Apenas hemos cruzado el umbral de la puerta y siento la fuerza magnética de decenas de miradas que deben preguntarse quién es mi nueva compañera con claro aspecto de prostituta. La mayoría deben saber que me he separado de Laura, y cada uno hará sus propias conjeturas, pero no hay duda de que todo el vecindario me condenará. Este imprevisto espectáculo los mantiene entretenidos, y Adela será más solicitada que nunca. Debe de haber triplicado las ventas de pan. Por desgracia después del desagradable asunto del arresto de Raulín, me he convertido en un personaje, y todos mis vecinos admiran mi integridad moral. De otro modo se sentirían engañados por haberse movilizado en mi defensa. Pero sobre todo esperan de mí que sea el defensor de los oprimidos por Romano, y consiga librarles de este despreciable personaje y del malcriado de su hijo, que sigue bajo arresto pendiente de juicio. Pero yo no me siento con la fuerza y la energía suficiente para esta enorme responsabilidad. Creo que es inevitable que les defraude. Y este desencuentro empezará a producirse esta misma noche, si descubren que Linda es una prostituta.

Veo que Laura también está aquí. Hemos cruzado una furtiva mirada. Supongo que debe sentirse despreciada por causa de su edad, porque Linda puede que sea veinte años más joven que ella, y desde luego mucho más atractiva, o por lo menos más provocativa. La mayoría de mis vecinos ya se habrán dado cuenta de este detalle y empezarán a compadecerla y a dudar de mi integridad moral. No hay duda de que no he nacido para ser un líder. Ellos me han creado y ellos me destruirán.

Linda parece estar ajena a la expectación que está despertando, porque este no es su barrio. El suyo es el más sórdido de la ciudad. Allí no hay panaderas chismosas ni carniceros padres de niños prodigios ni floristerías ni colegios de primaria; no hay iglesias ni modestos parques públicos ni geranios en los balcones. El suyo no es un barrio, es un enorme prostíbulo. Un laberinto de calles oscuras, iluminadas solo por los reclamos luminosos anunciando paraísos carnales, médicos especializados en enfermedades venéreas, pensiones baratas, licorerías y decenas de antros con reclamos al natural de lo que se puede gozar por un módico precio, si no reparan en la edad de las prostitutas. ¡Ese es el barrio de Linda!

No hay ninguna posibilidad de encontrar una mesa libre, y nadie nos invita a su mesa. He saludado a Guido, que se ha levantado y supongo que espera que le presente a Linda. Posiblemente sea el único que se atreva a saludarla.

—Ya te extrañaba, Marcus. ¿No vas a presentarme a tu amiga?

—Claro, Guido; es Linda, nos conocimos en accidentadas circunstancias, es una larga historia. Linda, este es Guido, mi mejor amigo.

Sin duda que me ha demostrado que es mi mejor amigo, porque nos invita a compartir su mesa.

—Tal vez si nos apretamos un poco, y encontráis dos sillas, podréis sentaros con nosotros, si Jonás no tiene inconveniente. El concurso está a punto de comenzar, aunque Rodolfito no será de los primeros en actuar.

Un camarero nos consigue dos sillas plegables y nos acomodamos en su mesa. Linda se ha quitado la chaqueta, y, como me temía, deja al descubierto una generosa parte de su pecho y espalda. ¡No puede haber elegido unas prendas más provocativas! Noto que Jonás parece inquieto, y no puede apartar su mirada de Linda. ¿Habrá sido cliente suyo? No; es imposible. ¿Entonces, qué llama su atención? No puedo evitar hacerle esta pregunta:

—¿Jonás, os conocéis?

Linda parece intentar recordarle como un posible cliente, pero niega conocerle. Pero Jonás sigue inquieto y parece no haber escuchado mi pregunta. ¿La habrá reconocido?



(Narradora: Adela)






Nunca hubiera imaginado que algún día pudiera ver algo así en este barrio. No tengo palabras para expresarlo: ¡Marcus acompañado de una fulana, porque tiene la pinta de una cualquiera! ¿Cómo ha podido dejar a Laura por esta mujerzuela? Los hombres son un misterio, pero todos acaban en los brazos de mujeres fáciles como esta. El sexo domina su voluntad. Claro que no todos son iguales. No creo que mi Ramiro me haya traicionado ni una sola vez. Marcus nos ha engañado a todos. ¿Pero cómo tiene el valor de presentarse aquí acompañado de una puta?

No me extraña que la pobre Laura se esté sintiendo traicionada y herida en su dignidad al contemplar este espectáculo. Pero a él no parece afectarle. ¡Ahí está, como si nada! ¡Sentándose a la misma mesa de la inocente María! ¿Cómo se puede tener tan poca vergüenza?

Mi Lucio parece que ha visto en esa mujer algo que le llama la atención, me está dando codazos porque quiere decirme algo, pero no quiere que lo escuchen los demás.

—¿Qué estás viendo, Lucio; qué quieres decirme?

—Mamá, esa mujer es la que vi abrazada a Marcus; es la misma, estoy seguro...

—¿La traficante de drogas? ¿Estás seguro, hijo?

—¡Completamente! 

—Entonces, se confirma que Marcus nos engañó a todo el barrio, y debe de estar compinchado con ella? ¡Ya me extrañaba a mí que pudiera vivir con lo poco que debe ganar con el ruinoso negocio de bisutería! Pero ¿cómo se han atrevido a presentarse aquí sabiendo que la policía debe estar buscándola?

Deberíamos denunciarla, pero mejor no nos metemos en líos. Ramiro debe de saberlo, quiero conocer su opinión sobre lo que debemos hacer.

—Ramiro, ¿sabes quién es esa mujer que acompaña a Marcus? ¡La traficante de drogas que busca la policía, tu hijo la ha reconocido! ¿No deberíamos denunciarla?

—No, Adela; nosotros no somos quiénes para entrometernos en asuntos de la justicia. Deja que sea la policía quien haga ese trabajo. ¡Tú no has visto nada, y vamos a disfrutar de la actuación de Rodolfito, porque acaba de comenzar el concurso!

—¡Tú siempre tan filosófico! Pero tal vez tengas razón.

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