18. El collar de perlas




(Narrador: Marcus)

Hoy he tenido la agradable sorpresa de una llamada de Luisa. Quiere que asistamos a la celebración de las bodas de plata de sus padres en el Café Central. Sigue teniendo el tono de voz de una niña, y pienso que en el fondo debe sentirse como cuando era entonces. Para los del barrio que la conocimos, Luisa será siempre la niña que premió a nuestro prodigio, Rodolfito, con un enorme ramos de flores y un beso tan tierno que no puede borrarse de nuestra memoria. La historia de este barrio esta unida por siempre a esa bella imagen. ¡Y de ese mágico momento hace ya veinticinco años! ¿Por qué el tiempo nos castiga deformando nuestro cuerpo cuando sigue intacta nuestra alma y las gratas imágenes de nuestros recuerdos? ¡Tiene que haber otra vida que resuelva esta enorme contradicción, donde el cuerpo y el alma sean eternamente jóvenes!

Aquella memorable noche un ángel debió sobrevolar sobre nuestro barrio, ¡no hay otra explicación! Ese debió ser el ángel que nos trajo a las puertas del Café Central a un hombre justo, como solo nace uno entre un millón. Seguro que Calixto escribió en su mágico cuaderno el nombre de este cura para ser el embajador extraordinario de su fantástica Galaxia Central, que según la fantasía de esta persona libre, y que vive en otro mundo paralelo, gobierna sobre el universo. ¿Y si fuera verdad?

Sí, yo también creo que alguien tiene que gobernar sobre todo el universo. Alguien que sabe cómo somos y cómo nos comportamos, y que está dispuesto a castigarnos o premiarnos según sea nuestros actos. Nos castigó con una guerra larga y cruel y nos volverá a castigar con otra guerra mucho más cruel y destructiva y que puede ser la última. Por eso Calixto busca diez hombres y mujeres justas, para que sean embajadores de la verdad y la justicia, y anuncien este posible apocalipsis final.

Aquella noche mi vida dio un repentino vuelco. Linda quería saber si yo era su héroe. Alguien en quien poder confiar para cambiar de profesión y estar dispuesta a perder su libertad. Y fue ese gran párroco quién nos libró de un seguro fracaso. Linda encontró su héroe y, tal como se había prometido a ella misma, tenía una poderosa razón para aborrecer su profesión: su amor y admiración por mí.

Esa noche yo fui su último cliente, y volvió a yacer en la misma cama donde la parca había forcejeado con ella para arrancarle la vida, pero ahora, la vida forcejeaba con la muerte para alejarla de nuestra cama.

Lo que sucedió después fue sin duda el resultado de aquella mágica noche. El barrio se libró de Romano y parecía como si entrara en una nueva era, porque resurgió el entusiasmo y la ilusión por el futuro de antes de la guerra. Yo me había convertido sin buscarlo en un admirado y respetado líder, y con mi ejemplo de tolerancia les mostré el camino para una buena comunidad.

Linda fue aceptada como un miembro de la comunidad tan respetable como los demás. En cuanto a mi modesto negocio de bisutería, no solo no perdí mi clientela, sino que aumentó de tal manera que cambié el negocio de la bisutería en una joyería, siguiendo la profesión familiar, con la aceptación de mis vecinos. Pero la joya más valiosas era, desde luego, Linda, el diamante en bruto que me había propuesto pulir.

La invitación de Luisa me ha traído a la memoria el recuerdo de la pasión de María por uno de mis collares de perlas de imitación y mi propuesta de regalárselo a cambio de sus favores. ¡Su extraordinaria belleza perturbaba la mente de todos los hombres del barrio! ¡Qué afortunado consideramos a Guido cuando anunciaron su compromiso! Yo también celebraré pronto mis bodas de plata, porque Linda y yo tardamos un año en unirnos en matrimonio, el tiempo que tardé en cambiar de negocio, aunque aun tardaría un año en consolidarse.

Un año después de aquellos sucesos, de nuestro amor nació Isabel, una niña que tendría por padre un imprevisto líder de barrio y por madre una honrada prostituta. Pero los tiempos y las mentalidades habían cambiado, y no tuvo que sufrir el rechazo moral que padeció la pequeña Luisa. Isabel fue una niña feliz porque se crio en el seno de una familia feliz, que había conocido la desdicha, y sabíamos lo que no debíamos hacer para evitar que volviera a ensombrecer nuestra felicidad. Pero la vida siguió su inexorable devenir, nos vino a demostrar que el tiempo es una viajero impenitente que no se detiene mucho tiempo en ninguna estación hasta que no llega a la estación terminal.

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