10 .El reencuentro

(Narradora: Linda)






Este hombre ha debido perder el juicio y está decidido a provocar un escándalo en su barrio. ¿Por qué me ha citado en el café donde se reúne medio vecindario? No tendrán piedad con él, y no habrá ni un solo vecino que apruebe su conducta. En el fondo las cosas están bien como están: las mujeres que hacemos la calle somos como los gatos, dormimos durante el día y nos movemos, a la caza de nuestros ratones, cuando oscurece, donde podemos ocultar mejor nuestras miserias. La luz del sol daña nuestros ojos embadurnados de maquillaje. La noche está hecha para el amor, y supongo que el día está hecho para la amistad. Si acudo a este café será como amiga y nada más. No me maquillaré ni vestiré provocativa. Espero que tenga algo apropiado que ponerme. Y no hablaré de sexo sino de otros temas. Por ejemplo del libro que leí sobre cómo podemos ser felices si nos fabrican en incubadoras. Seguro que él tendrá una opinión más profunda e inteligente que la mía.

Estoy tan habituada a los malos tratos y a un lenguaje vulgar que tal vez hice mal en sugerir a este buen hombre que podría ser su amiga, aparte del sexo, ya casi no tengo otros temas de conversación. Ninguno de mis clientes está interesado en conocer la historia de Roma o los Cuatro Evangelios. Una acaba por habituarse a este trabajo y puede que lo añorase si dejara esta profesión. No siempre los clientes son unos malnacidos, como el que me dejó en el apartamento de este hombre. Muchas veces tengo la agradable sensación de estar haciendo una buena labor social, iniciando a algún tímido muchacho que se masturba cada noche en el silencio de su habitación, o liberando de la represión de un marido insatisfecho para evitar que pague su frustración con su propia mujer, maltratándola; incluso a veces siento que hacer el amor es también un arte y yo soy una artista y no una pervertida.

Ya sé que soy una prostituta fuera de lo común, porque he llegado a esta profesión por dejadez y pereza para enfrentarme a otros trabajos más complicados y menos lucrativos. Pero en el fondo es una profesión hermosa, porque consiste en provocar placer y evitar el dolor, y cuando un hombre goza de una mujer el mundo está tranquilo.

Pero la gente corriente no lo ve así. Una prostituta es una fulana sin moralidad que vende su cuerpo al mejor postor y se humilla hasta convertirse en la esclava de sus clientes, cumpliendo todas sus fantasías sexuales. Nos censuran sobre todo porque hacemos pagar caro cada segundo de intenso placer que provocamos. No seríamos mujeres sin moralidad si lo hiciéramos gratis, sino buenas samaritanas, mujeres caritativas y generosas, ángeles del sexo, etc. El dinero todo lo corrompe.

Ya estoy frente a la entrada del Café Central. Por suerte para Marcus a estas horas de la mañana no hay muchos clientes. Acaba de entrar en la plaza y me saluda con un efusivo gesto, sin duda que se alegra de verme. Pero se sorprende por mi aspecto. Seguramente que esperaba encontrarme con las mismas ropas provocativas que vestía el día en que me salvó la vida.

—¿Eres tú, Linda, la mujer que se moría sobre mi cama?

Tengo la impresión de que se había mentalizado para entrar al café del brazo de una mujer escandalosa y ahora se encuentra con otra que posiblemente no llame la atención, lo que le resta interés. Seguro que se había hecho a la idea de que mi presencia fuera un escándalo para enfrentarse al barrio en mi defensa y ahora no tiene argumentos para el heroísmo. Sé que debe sentirse defraudado aunque no lo aparente.

—La misma, pero no estoy de servicio, por eso me he vestido de esta manera. ¿No te gusta? ¡Tal vez ya no me encuentras atractiva!

—Por supuesto, pero yo esperaba...

—Sí, sé muy bien lo que tú esperabas. Si lo prefieres puedo volver al hotel y vestirme de la misma manera que cuando me conociste, pero esta no es la hora del día más apropiada.

Se siente confuso y puede que yo tenga razón: se ha enamorado de la prostituta, pero no de la mujer. Quiere ser mi redentor, porque debe sentirse como un padre ante su hija descarriada y, a la vez, el amante de una fulana arrepentida.

—No, por supuesto... pero ha sido una sorpresa; no parece que esté ante la misma mujer... Pero será mejor que entremos, tenemos mucho de qué hablar.

Me cojo de su brazo y hago mi primera entrada oficial en este barrio. Los pocos clientes que hay en el café no deben conocerle, porque no muestran ningún interés por nosotros. Nos acomodamos en la mesa junto a los ventanales donde suele sentarse Marcus, y pedimos dos cafés con leche y unos cruasanes. Marcus parece esperar que le hable de mí. Quiere conocer las razones que me han llevado a la prostitución.

—Ya sé que estás pensando que he perdido el juicio al pedirte que seamos amigos, porque está en juego mi reputación. Pero por lo poco que te conozco hasta ahora, no puedo entender por qué te dedicas a esta profesión tan denigrante, e incluso, supongo yo, tan peligrosa. Seguro que tienes tus razones. Me gustaría conocerlas si no tienes algún inconveniente.

Sumario