11. La historia de Linda





(Narradora: Linda)

—¿Quieres saber mi historia? ¡Hay poco que contar! Cualquier mujer que haya sido violada por su propio padre o padrastro es una firme candidata para la prostitución. Lo que nos separa unas de otras es la inocencia y el temor a perder la virginidad sin obtener algo importante a cambio. Unas la pierden a cambio de un buen marido, otras por una considerable suma de dinero o valiosos regalos. Mi caso es el segundo: mi padrastro abusó de mí cuando solo tenía 13 años, pero a cambio me colmó de costosos regalos. Pronto me di cuenta de lo fácil que resultaba obtener todo lo que deseaba con solo unos minutos de trabajo nada penoso. Cuando mi padrastro murió ya estaba habituada a esta forma de vida y solo tuve que buscar otros padrastros dispuestos a costear mis muchos caprichos y excentricidades. Carecía, y aun carezco de cualquier principio moral que me hiciera sentirme culpable solo porque me acostaba con hombres a los que les hacía un pasar un buen rato, y que se portaban con generosidad. ¡Así me hice prostituta!

—Pero tal vez ese relato pertenezca a otra época, porque ahora tu vida no parece de color de rosa. ¡Has estado al borde de la muerte! Incluso supongo que estás enganchada a las drogas...

—¡Yo no soy drogadicta, ese malnacido me engañó! ¡Yo no sabía que era heroína! Pero, sí, tienes razón, las cosas no son ahora tan simples como al principio. ¡Ya no tengo 20 años! Ahora los hombres las quieren jovencitas, por no decir niñas, porque tienen miedo de que las veteranas estemos enfermas y les contagiemos algo grave. Mis mejores clientes han desaparecido como por arte de magia. Ahora me regatean el precio y exigen cosas disparatadas, como que les pongamos un collar y les tratemos como a perros, además de azotarles hasta hacerlos sangrar. ¡Esto ya no es sexo, es demencia!

—Entonces, ¿estarías dispuesta a dejar esta profesión?

Es evidente que su pregunta tiene una clara interpretación: seguro que está pensando en ser mi redentor. Quiere ser la amiga de una mujer descarriada, pero que solo se acueste con él. Ya conozco esta historia, porque me lo han propuesto más de una docena de veces. Hay algo que no entienden: hacer la calle no es solo acostarse con un hombre distinto cada noche, sino ser libre de elegir con quien nos acostamos. Si aceptara su sugerencia de redención ya no podría elegir. ¡Perdería mi libertad!

—¿Es necesario dejar mi profesión para que seamos amigos?

Mi pregunta parece que le ha sorprendido, porque permanece en un embarazoso silencio sin darme una respuesta.

—¿No sabes qué responder? Yo responderé por ti. Sé que estás dispuesto a enfrentarte a la censura de tus vecinos, pero a cambio de tenerme en exclusiva, porque un héroe puede ser el amante de una fulana, pero redimida y subyugada. ¡Para eso son los héroes!

Creo que lo he desconcertado. Tal vez se esté planteando renunciar a mi amistad y volver a su rutina de tendero querido y respetado por su comunidad. Puede que una compañera como yo no encaje en su sencillo mundo de bisutería y charlas de café con sus amigos.

—Creo que llevas razón, y me he dejado llevar por la imaginación. Ahora empiezo a despertar de un sueño en el que todo parecía ser real. Yo me veía ya a tu lado, en algún lugar donde no existía el pasado ni el recuerdo. Tu eras mi amante como caída del cielo, sin nombre ni apellidos, te puse el nombre de Linda, y eras la mujer de mis sueños. Tal vez debería volver a ellos y renunciar a la realidad...

Este hombre ha logrado conmoverme. No quiero renunciar a mi libertad, pero tampoco quiero terminar con esta amistad. Tenemos que llegar a un compromiso bueno para los dos.

—Marcus, creo que debemos intentar improvisar, dar tiempo a nuestros sentimientos para que se aclaren; dejar reposar nuestra amistad y ver qué sucede. Yo no voy a abandonar mi profesión hasta que por alguna razón la aborrezca, y creo que eso dependerá de ti. Supongo que me entiendes..

—Es evidente que tengo que aceptar tu sugerencia. ¡También los sueños hay que dejarlos reposar! Pero me hubiera gustado que no pusiéramos barreras a nuestra amistad, que quién sabe si no podrá convertirse en amor.

Sí, a mí también me gustaría. Creo que le estoy tomando afecto a este hombre, y también pienso como él que este afecto pueda convertirse en amor.

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